Cuando se estudia la anatomía
en el modo clásico, nunca se hace teniendo la experiencia directa
desde el interior, siempre es a través de intermediarios: libros,
modelos, pacientes.
Al finalizar la carrera
de medicina, cualquier estudiante es capaz de explicar exactamente la
estructura de un hígado, describir sus funciones e interrelaciones
con otros órganos. Pero casi nadie se preocupa por hecho de que
el hígado puede también “sentirse” como experiencia
viva y presente.
A nivel cultural, es interesante ver como
este aspecto se ha eliminado completamente, y con ello la posibilidad de
darse cuenta de a lo que involuntariamente se renuncia. Podemos decir
que la anatomia experiencial representa la cara olvidada de la anatomía
cognitiva. No es por casualidad que los latinos utilizaran dos verbos
para expresar el concepto “saber”: gnosco y sapio. El primero se refiere
a una comprensión intelectual, mientras que el segundo proviene de una
raiz que expresa “sabor”, “gusto”. En realidad,
ambos conceptos son complementarios, no se excluyen entre sí.
Las
disciplinas que “saborean” la anatomía, por ejemplo
la danza, necesitan un referente cognitivo sistemático, y
viceversa,
a la anatomía clásica le falta “sabor”.
Darse realmente cuenta de que cada componente
anatómico está presente en el cuerpo, estando vivo, pudiendo ser
accesible por vía experiencial, representa, para los que pueden
aprovechar todo lo que ello implica, una profunda revolución en el modo
de pensar sobre si mismos. En realidad, si consideramos que centrando
la atención en el interior del cuerpo cambiamos también nuestro estado
de conciencia, nuestra forma de pensar, nuestro nivel de percepción,
la calidad de nuestro movimiento, nuestra voz y respiración, podemos
entrever algunas de las múltiples posibilidades que se abren con esta
exploración.